Rinde un merecido homenaje al maestro Ricardo Turró quien fuera en vida nuestro amigo, asistente y un gran apoyo a nuestras actividades desde nuestros inicios. Por siempre lo recordaremos,
por La Comisión Directiva Palabras pronunciadas en su despedida por el Sr. César Dillon Se había hecho costumbre entre los amigos de Ricardo Turró llamarlo simplemente don Ricardo. Así lo hacíamos en conversaciones, al llamar a su casa ... en toda ocasión ... Era tal vez inconscientemente por asemejarlo a esos nobles de la España de sus progenitores, una tierra que amaba tanto como esta que lo vio nacer, o tal vez lo hacíamos por un simple homenaje a su edad ... Desde sus tempranos años en las aulas del Conservatorio la música estuvo presente en su vida. Podemos decir que estudió el violín, pero ello no pasó de lo que en el lenguaje común llamamos un simple flirteo. El había descubierto un instrumento que ni el órgano más majestuoso podía empezar a igualar: simplemente la voz humana. La voz humana: esa fue la pasión de su vida, desde las sonoridades abismales del bajo profundo a las pirotecnias agudas que escapan más allá de lo alto del pentagrama. Para adentrarse en el conocimiento de su técnica estudió los misterios, la técnica y la esencia del canto, ello le permitió entonces apreciar, juzgar, valorar y comprender. Ricardo fue hombre de pocas palabras, pero estas eran siempre precisas, justas, medidas. Sus opiniones fundadas sólidamente, en ese conocimiento que sólo viene con los años. En un ámbito en que son notorias las discrepancias en la apreciación de un mismo hecho artístico, no lo vi nunca evitar la confrontación de opiniones, como tampoco en 40 años escuché subir el tono de su voz. En ese sentido era un maestro de la persuasión: demostraba, enseñaba y convencía, a la semejanza de un Tito Schipa que con un hilo de voz podía tener en su puño todo un teatro. Y aún en el caso no se lograra persuadir, siempre se salía enriquecido. Sólo era intolerante con la mediocridad, para eso no tenía tiempo y sí muy pocas palabras. Nadie lo pudo ver en busca de vanos oropeles doctorales. La figuración y el oportunismo nunca estuvieron en sus principios ni en sus metas. Sirvió a la música, no se sirvió de ella ... Gustó de las voces bellas, pero no era un enamorado de su sonido per se, requería asimismo del artista. Era exigente desde el punto de vista técnico, sus ataques contra las voces mal educadas no admitían apelación. Pero a la vez nunca justificó a algunos intérpretes de fines del Siglo XIX para los que el virtuosismo parecería ser - al menos en el primitivo registro sonoro - un fin en sí mismo. Ricardo Turró, en ese sentido, tal vez se aferró a un hecho que puede parecer casual: el día en que él nació, Enrico Caruso caminaba las calles de Buenos Aires. Y Caruso fue en su opinión, el primer cantante moderno, el puente más logrado entre los fundamentos técnicos del siglo XIX con la expresividad del siglo que venía … Cultivó la amistad de grandes artistas, sin que ello le impidiere ver sus falencias, que a veces perdonó, es cierto, cuando el paso de los años se había dejado sentir en aquellos que otrora había admirado. Compartió sus recuerdos generosamente con todos los que lo rodearon, las anécdotas, los conocimientos. Su biblioteca y su discoteca, armadas pacientemente durante décadas, estuvieron siempre abiertas, sin limitaciones. Durante más de 40 años me honró con su amistad, que no dispensaba fácilmente, un vínculo que surgió de aficiones compartidas, a pesar de la brecha generacional. Ricardo había nacido en pleno desarrollo de aquella que fuera llamada La Gran Guerra (tal vez pensando que sería la última), sin avizorar que las heridas de esa contienda abrirían un cuarto de siglo después un horror mucho mayor, que se desató escasos días antes en que yo viera la luz. Ese casi cuarto de siglo que nos separaba, no impidió que trabáramos una amistad, que perduró hasta hoy. Y como anécdota personal puedo decir que solamente una vez me dirigió la palabra en un tono más alto, para conminarme a que dejara de lado mis formalidades, y lo llamara simplemente “Ricardo” y no lo tratara de “usted”. Alejado de la vida pública por problemas físicos, su mente se mantuvo ágil y despierta hasta el último momento. En estos años, con sus amigos, aquí presentes, nos alternamos, en mayor o menor medida, seguramente menos de lo que hubiéramos deseado, en visitar su casa y compartir su música, sus comentarios, siempre amenos, alguna ironía ... Si bien no podía gozar de la lectura, estaba siempre por una u otra forma enterado de lo que sucedía en el mundo musical de Buenos Aires, en especial del gran Teatro. Formado intelectual y moralmente con los principios de épocas ya muy lejanas, le resultaba incomprensible algún “plan maestro” - para hablar en nuestro idioma - que incluía hasta el cierre de una biblioteca. Esos eran momentos en que hacía un largo silencio, como dudando del mundo en que vivía. Pero el Señor que todo lo puede, en su sabiduría, al llevarse hoy a don Ricardo le quiso ahorrar una última pena. El sol del veinticinco viene asomando, así nos cantó quien fuera el máximo intérprete de la música de Buenos Aires, pero Ricardo no verá ese amanecer, no verá ese oscuro sol del cercano 25 de Mayo que nos muestra la decadencia de la que se creyó ser nuestra máxima institución cultural. Seguramente el Señor iluminará ese día a nuestro amigo con el concierto de aquellas voces que el tanto amó. Despedimos a un maestro, a un amigo, pero más que ello, que puede interpretarse meramente como personal de quien habla, hoy despedimos a un señor: don Ricardo Turró, descansa en paz. |
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