E-mail enviado por Alicia Terzian (14-11-2001)
Claro que el Colón es para todos los argentinos
Algunas reflexiones acerca de artículos y declaraciones
Lamento que artículos de la naturaleza de los que salieron editados en la última semana en un Diario tan prestigioso como lo es La Nación dejen de lado el problema de fondo que sufre la actividad musical y que no es "en que momento aplaude la gente al escuchar un aria" o si " tal función de ópera,concierto o ballet satisface o no al público", sino la ausencia de una política cultural establecida por consenso,que impida que los funcionarios que llegan al poder en Cultura desarrollen planes que, en lo musical, no tienen en cuenta las necesidades del medio musical y de los oyentes.
Tampoco es un problema discutir si el hecho llevar el circo al gran escenario corresponde o no al Teatro Colón.Todo debe estar dentro de un contexto y, si una ópera lo exige, pues se hace y fin de la discusión.
Hace dos meses hice llegar a todos Ustedes un artículo producto del análisis de todos los responsables directos y protagonistas de la música argentina que tenía como interés esbozar lo que debería ser una POLíTICA MUSICAL PARA LA ARGENTINA. Lamento que no haya tenido respuesta o publicación. (1)
Es posible que se haya perdido el documento.Va adjunto a este e-mail y les pido que lo lean.
Es largo, pero alguna vez tenemos que leerlo, juzgar si esta bien o no, añadir o quitar, pero fundamentalmente JUGARNOS Y DEFINIR DE UNA VEZ POR TODAS QUE POLíTICA QUEREMOS EN LO MUSICAL PARA NUESTRO PAíS. Me refiero únicamente a una Política para la música.
Los que sufren los mismos problemas, pero están en otras ramas de la Cultura argentina que hagan lo mismo.
De esta manera llegarán al poder de los organismos oficiales de la Cultura sólo los que sepan que no vienen a pasar un tiempo proponiendo, cada vez, algo nuevo que los catapulte a una diputación, senaduría o cargo diplomático (cuando no tienen sueños de Ministerios!!), sino que serán funcionarios idóneos que sabrán de qué se trata y enriquecerán esa Política que deberá serlo PARA TODOS .
En La Nación del 10 de Noviembre en la página 2 de la Sección 2 se lee un pensamiento que dice: "La calidad de la gestión pública sólo se logrará cuando se planteen objetivos claros y quienes los lleven adelante sean los mejores,bien pagos y con un severo control de la ciudadanía".
Yo añadiría" y se queden en su despacho,atiendan a todos, sean modestos en sus pretensiones y respetuosos hacia todos los artistas sin distinción".
Cuando leemos en el mismo Diario que Cultura de la Nación forma parte de un Ministerio al lado de Deportes y Turismo y que el Sr.Darío Loperfido, Secretario de Cultura de La Nación señala que "hacer Cultura es Turismo", nos preocupa. Mucho más cuando afirma que él siente hecho para dirigir la Cultura del país!!!
Con referencia al Teatro Colón,ni el cineasta Sergio Renan, ni ninguno que no sea directamente protagonista de la música en la Argentina sabe lo que debería o no hacerse en el Colón.Tampoco funcionarios que asume la Dirección sin méritos.
Sólo discuten por sueldos muy altos y contratos que les asegure el puesto por varios años.
Luego no hacen nada, dejan las decisiones en manos de terceros, viajan y se desentienden.
Ningún músico profesional dirá que no a alguna propuesta sensata... pero que "hacer un restaurante en el Colón" sea una propuesta inteligente me da que pensar...
El Colón debe hacer una programación musical que llegue a todos los sectores de la sociedad argentina, en toda la Ciudad de Buenos Aires, difundirla en todo el país y el mundo con sus propios artistas.
No son los funcionarios de la cultura que no tienen nada que ver con la música los que tienen que opinar sobre éste y otros temas importantes,sino los músicos interpretes, cantantes, directores de orquesta y coro, bailarines, maestros internos, compositores, coreutas, solistas, dirigentes de instituciones musicales grandes y pequeñas, es decir todos los que son los verdaderos dueños no sólo del Teatro Colón sino de otros tantos organismos musicales nacionales, municipales y provinciales a los la mayoría nunca tiene acceso.
El Colón fue y será para todos cuando su programación así lo proponga.
Tan sencillo como eso. Cuando tengamos 250 funciones al año dedicados a sus cuerpos estables, a su propia programación y a sus artistas.
Claro, además para todos los grandes artistas que vengan del exterior siempre que sean mejores que los argentinos.
No para los que tienen iguales méritos, porque ahí está el problema: ocupan actuaciones que deben ser realizados por los artistas argentinos de igual o mejor calidad.
Lo demás que se escriba o se diga por Radio o TV servirá sólo para gastar el tiempo con palabras, para llenar huecos de información que bien podrían dedicarse a difundir la labor de tantos músicos argentinos que merecerían tener esa oportunidad, pero que no la tienen porque es de acceso de unos pocos...
Lean y piensen.
Cordialmente,
Alicia Terzian
Este es uno de los artículos que salioó en La Nación
Colón: ¿Apto para todo público? por Víctor Hugo Ghitta
Sergio Renán confiaba hace algunos años en conversaciones reservadas, poco después de asumir la dirección del Teatro Colón, que las principales resistencias a su idea de acrecentar el público de la ópera y la música clásica las había encontrado en el corazón de la comunidad musical. Es un sentimiento de rechazo arraigado en espíritus que, por tradición e ideología, son profundamente conservadores.
Hay una escena que es muy frecuente en la sala del Colón, cada vez que se presenta alguna figura prestigiosa capaz de convocar la atención de un público nuevo, poco entrenado en los géneros de la música académica: segundos antes de que concluya la obra, los extranjeros que abarrotan las graderías más altas, llevados por el fervor y desoyendo viejos hábitos de conducta, se precipitan en un aplauso; la impetuosa celebración es abruptamente llamada a silencio, sin excepciones, por un chistido ensordecedor. Esa marca territorial dejada por los escandalizados melómanos tiene un poder simbólico fenomenal.
La cuestión de democratizar el acceso a la música culta cada tanto regresa a escena. Esta vez acaba de devolverla a los primeros planos de la información Martha Argerich, la excepcional pianista argentina que llegó a Buenos Aires para presentarse en un festival que desde anoche la tiene como su principal estrella. Durante una conferencia de prensa, la artista afirmó que abrigaba esperanzas de que la música clásica abandonase su carácter elitista: "Por eso me gustaría que viniera gente que nunca asiste a conciertos", resumió, y nadie podrá sospecharla de intenciones populistas.
Las expresiones de Argerich se escucharon apenas horas antes de que el Colón sirviera como escenario de una experiencia excepcional. Un ejército de artistas de variedades y de circo invadió la sala mayor del coliseo, anteanoche, durante la representación de una obra instrumental de Mauricio Kagel. En la partitura de "Varieté", el compositor argentino anota que su pieza instrumental puede aceptar una puesta en escena sólo si ésta incluye la presencia de magos, equilibristas, hipnotizadores, patinadores y bailarines exóticos. En los pasillos del teatro y durante los ensayos, artistas y maestros internos se preguntaron qué tipo de público tendría una experiencia tan inusual. No sería extraño que algunos habitués del teatro hayan percibido esa irrupción no tanto como una provocación estética sino como una amenaza.
* * *
Lo que hay que preguntarse es a cuál de estos dos riesgos teme con más fuerza el ala conservadora de la comunidad musical: el primero de esos peligros puede traer la vulgarización de los materiales artísticos y la pasteurización de los géneros musicales; el segundo entraña el debilitamiento de un espacio de pertenencia que esos sectores sociales protegen con el celo con que se defiende un coto de caza, en la certeza de que les concede privilegio y prestigio. Ambos riesgos son, al menos en parte, ciertos. El primero de ellos es un mal de esta época. La producción de megaespectáculos con la presencia de grandes estrellas (desde Julio Bocca hasta Zubin Mehta o Luciano Pavarotti) es muchas veces sospechosa, favorecida por estrategias de marketing que están lejos de cualquier interés artístico y muy cerca de réditos políticos. Los resultados llegan a ser bochornosos, con artistas que trituran repertorios populares o ensayan versiones enfáticas y grandilocuentes (y, por eso, de pobre envergadura artística) de hits de la lírica o la música sinfónica.
En el otro platillo de la balanza está la vocación sincera por acercar esos géneros a oyentes nuevos, sin estridencias innecesarias, procurándole información rigurosa y educando su oído. Es una tarea más lenta, que desdeña artificios y golpes de efecto. Es menos visible, también, de modo que ese rasgo la vuelve incómoda o acaso inútil a los ojos de los funcionarios públicos y aun de los patrocinadores, que necesitan espectáculos pomposos que consoliden sus marcas y justifiquen así sus inversiones de marketing.
El segundo peligro que vislumbran los habitués más ortodoxos de la música clásica abre un tema de debate bastante más complejo. En esa defensa del territorio propio no entran en juego consideraciones artísticas sino cuestiones sociales, ideológicas y de poder. Al fin, el ardor con que se protege ese espacio recuerda a veces el modo en que los monjes medievales custodiaban los manuscritos iluministas. Lo que estaba en juego entonces (y también ahora) era la apropiación del conocimiento, la belleza y el saber.
(1) Música Clásica Argentina desea aclarar que ha publicado este documento el 4-09-2001. Haga clic aquí para leerlo