Autobiografía
Nací en Buenos Aires el 9 de mayo de 1914, en el barrio de San Telmo. Mi vocación por la música nació conmigo, de modo que comencé mis estudios siendo niño, primeramente en el Casal de Cataluña y más tarde en el Conservatorio de La Prensa, con la profesora María Rosa Farcy de Montall. Allí me especialicé en piano y violín y me inicié en conciertos como solista e instrumentista de cámara. En 1934 di el muy exigente examen de ingreso al entonces Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico, que funcionaba en el Teatro Nacional Cervantes. Recuerdo entre mis profesores a los maestros José Gil, José Torre Bertucci, Ernesto de la Guardia y Athos Palma, con quien me perfeccioné posteriormente en composición e instrumentación.
Hay algo de lo que me alegro mucho: no fui "niño prodigio" ni "genio". He sido y pretendo seguir siendo simplemente un estudioso.
Quizás esta ausencia de excepcionales condiciones me haya permitido evolucionar en una forma muy de acuerdo con mi temperamento: "sin prisa y sin pausa, como la estrella", según el decir de alguien.
A través de más de cincuenta años de labor creativa nunca me ha preocupado acumular opus; persigo la calidad y no la cantidad. He contraído un compromiso conmigo mismo de dejar pocas obras, que deberán ser lo mejor que esté a mi alcance realizar. Este rector principio se debe a los consejos que recibí en mi época de estudiante de mi siempre recordado maestro Athos Palma, juntamente con el ejemplo de tres grandes músicos que admiro profundamente: Mussorgsky, Ravel y Manuel de Falla. Creo coincidir con ellos en la manera de enfrentar el arte de los sonidos; como ellos intuyo que me debo a la tierra en que he nacido y a la época en que me ha tocado vivir, pero ante tanta inestabilidad, improvisación, versatilidad y vorágine me interesa lo auténtico y lo estable. Por eso a veces prefiero contemplar serenamente desde la vera del camino, meditando para llegar a conclusiones constructivas, si es que están a mi alcance.
Ángel E. Lasala
No participo de expresiones tan arbitrarias como confusas de "ismos" y "neos" trasnochados, ni me seducen técnicas y procedimientos musicales que podríamos calificar de "circenses", aplicados con fines de "arte de vanguardia".
No creo tampoco que el arte en general, para subsistir y evolucionar necesite de tal descalabro y desorden, que muchas veces cae en el mal gusto. Todo ello lo acepto como consecuencia de la falta de serenidad y meditación característica de nuestra época. Las nuevas tendencias no han tenido reparo en triturar o ignorar la melodía, maltratar a la armonía en amorfos conglomerados sonoros y al ritmo despedazarlo y hacerlo estallar en mil partículas desordenadas. Entonces, ¿qué resta hacer? ¿Justificar de inmediato que todo ello es renovación, "ars nova" que se sustenta merced de la carrera hacia lo "contemporáneo"? Actualmente, en la mesa de trabajo estamos obligados a escribir más moderno que ayer, porque lo de hoy ya no sirve, caducó.
Y el compositor joven que recién se inicia es su métier y no ha digerido aún el planteo y la técnica imprescindibles para dar comienzo a sus experiencias, se encuentra con este panorama, y entonces, en el papel pentagramado, donde el artista trata de depositar con trémula emoción su sensibilidad y su técnica para dejar su mensaje de arte, se fija un algebraico logaritmo musical.
Por otra parte, no me hace feliz cuando se me señala como compositor "folklórico", o "nacionalista". Soy enemigo de los rótulos, de la catalogación de los seres humanos. Sí puedo decir que pongo en mi música mi corazón, y éste es profundamente argentino.
Ángel E. Lasala (derecha) felicita a Floro M. Ugarte (izquierda) por su cumpleaños número 90
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En el año 1936 señala el punto de partida de mi actividad como compositor. De ese año son las Canciones Argentinas ("Tropilla de estrellas", texto de Fernán Silva Valdés; "Ay lunita!", texto propio; y "Dicen que andan diciendo", texto del cancionero popular), con las que gané el Premio Municipal en 1938. Ya han pasado 60 años desde entonces y actualmente mi catálogo reúne más de 90 obras. Posiblemente a muchas de ellas les aplicaré ese vocablo que goza de tanta actualidad: "prescindible".
Puedo decir que no sólo me deleito retocando y depurando lo realizado, sino que hago desaparecer sin contemplaciones todo aquello que considero no tiene razón para sobrevivir.
Para ubicar con cierta cronología este cúmulo de obras, dividiré los años transcurridos en tres períodos.
El primero con su punto de partida en 1936, podría extenderse hasta 1947, las Canciones Argentinas en el extremo inicial y el ballet Achalay en el otro.
Luego de las primeras compuse la Sonatina para piano "Homenaje a Ravel".
Es común en mis obras la aparición, de tanto en tanto, de un homenaje. Son obras dedicadas a creadores a los que me une una sincera amistad o decidida afinidad espiritual o estilística. A poco de producirse la desaparición de Ravel, el 28 de diciembre de 1937, compuse esta obra, concebida con un lenguaje intencionadamente afín al del homenajeado, que exige del instrumentista acabado tecnicismo en la ejecución.
De lenguaje diametralmente opuesto realizo inmediatamente Al rodar de la carreta para coro femenino, seguida por el primer Cuarteto para arcos, de clima estilístico internacional, con el que obtuve el Premio Municipal 1945.
Estos lejanos años, 1939-1945, fueron pródigos en mi creación. Apenas terminado el cuarteto compuse las dos series de obras para piano Impresiones de mi tierra, la primera de típico ambiente norteño, con sus números "Jujeña", "Quenas", "Amanecer en los cerros nevados" y "Bailecito", mientras la segunda, integrada por "Carretas en lontananza", "Payada" y "Danza de la china querendona", tiene lenguaje pampeano.
De inmediato concebí – a los 24 años se tiene ambición y audacia – la realización de la primera obra para la escena: la leyenda coreográfica Chasca – Ñahui (en quichua “ojos de lucero”).
Los recordados consejos de mi maestro Palma y la amistad entablada por su intermedio con María Bertolozzi de Oyuela – esposa de nuestro gran Calixto Oyuela – fueron las preciosas guías que me orientaron y facilitaron la concreción de mi proyecto, que me demoró un año de labor. Finalizada, la presenté al concurso 1941 del Teatro Colón, que entonces cumplía con la ordenanza correspondiente respecto del concurso para obras de compositores argentinos. Fue elegida para ser representada, y por diversos motivos recién subió a escena en la temporada oficial de 1944, con una cuidada representación que le valió un verdadero éxito. María Ruanova y Michel Borovsky fueron sus protagonistas, con una excelente coreografía de Margarita Wallman, lucida escenografía de Raúl Soldi y dirección de Roberto Kinsky.
En los intervalos de la creación de Chasca-Ñahui, en los momentos de descanso, compuse las Canciones Norteñas para canto, flauta, viola, violoncelo y arpa; una serie de tres canciones: "Cuando salí de mi pago", "Colla, collita" y "Navidad norteña", estrenadas en 1940 por nuestra distinguida compatriota Clara Oyuela. Obtuvieron el Premio Nacional de 1941.
Una Leyenda para violoncelo y piano y una canción de fuerte textura dramática, La isla (Soledad), con versos de la poetisa uruguaya Orfila Bardesio, son el puente que une las Canciones norteñas con el Poema del pastor coya, que a modo de suite, "Con la chola y el changuito", "Quena" y "Danzando", conforman una estampa del noroeste.
En estos años – 1942 hasta 1947 – que cierra la primera época, se suceden la Norteñas para arpa solista y orquesta de cámara; Serranas, cuatro canciones para canto, flauta y piano o arpa; el Trío N° 1 para oboe o clarinete o violín, violoncelo y piano; de inmediato, el ballet Achalay; la Suite medieval (Homenaje a Corelli) para violoncelo y piano; y los Homenajes y Preludios Americanos para guitarra.
1947 señala en mi producción musical el año de la guitarra. Siempre me atrajo este cálido y virtuoso instrumento, por ciento tan representativo de nuestra nacionalidad, y si bien nunca lo he pulsado, he experimentado la necesidad de escribir para él.
La serie Homenajes está constituida por "Preludio y antigua danza", a Juan Sebastián Bach; "Nocturno", a Debussy; "Evocación", a Manuel de Falla, y un cuarto "a la memoria de Luis Gianneo", que escribí en 1968, pocos días después de su sentida desaparición. En todo homenaje acostumbro emplear, en momento oportuno, una pequeña célula o fragmento, ya sea melódico u armónico, de alguna obra significativa del homenajeado, tratando al mismo tiempo de lograr la técnica y estilística adecuada a la personalidad de cada uno.
Por su parte los Preludios americanos ("Pampeano", "Brasileño", "Serrano", "Norteño", "Mejicano" e "Incaico") conforman un panorama logrado a través del clima que campea en cada uno de ellos.
Algunos años después, en 1961, la experiencia adquirida con estas obras hubo de incidir en la composición del Concierto para dos guitarras y orquesta.
Así llegamos al final de la primera etapa, que tiene para mí un brillante cierre. Mi nuevo ballet, Achalay, que me fue inspirado por el libro Mis montañas de Joaquín V. González. Es en cierto modo el producto de la decantación de mis experiencias con Chasca - Ñahui. A pesar de haber recibido el Premio Municipal 1960, aún no ha sido estrenado. De esta obra se conoce solamente una suite sinfónico – coral de la cual tengo la respetada opinión de Carlos Suffern: "En Achalay hay páginas de intensa fuerza expresiva, de color denso y brillante, de hondo sentido humano, que le confiere importante significación en el cuadro de la música argentina, así como debe destacarse la maestría con que es tratada la masa coral, verdadero intérprete del poema escénico, cual en la tragedia griega".
Ángel E. Lasala en el estreno de la Suite Sinfónico Coral de Achalay (16-04-1969).
Orquesta Sinfónica de LRA Radio Nacional, director: Alexander Szenkar
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El período 1948-1958 comenzó con Cantares (a la memoria de López Buchardo), serie de cuatro canciones para canto y piano ("Coplas", "Serrana", "Estoy en un verde prado" y "Cuyana") sobre textos de Alfredo Bufano. El manuscrito de estas canciones estuvo más de una vez en manos de López Buchardo, a quien le gustaron especialmente y llegó a ejecutarlas. Fue en los últimos tiempos de su vida, pues falleció ese mismo año, y la sincera amistad que me unió a él, basada en una gran afinidad espiritual y artística, me llevaron a dedicarle estas obras. A los diez años de su muerte le dediqué también el Cuarteto N° 2.
Escribí también una serie de obras para canto con acompañamiento de piano o de instrumentos varios, como los Cantares españoles, para canto, oboe, violoncelo y piano, sobre textos del romancero español; los Poemas americanos, con textos de Longfellow, Martí y Rubén Darío; y los Poemas Norteños para canto, flauta y piano, sobre textos de Agustín Dentone.
En estos años desempeñé el cargo de Asesor Musical de la Dirección de Radiodifusión (1945 a 1969) y fui designado como profesor fundador en la Escuela de Orquesta y Coro del Consejo Nacional de Educación, creación de Athos Palma, lamentablemente hoy extinguida, que tenía por objeto brindar gratuitamente clases a aquellos niños que las profesoras de las escuelas primarias detectaban con condiciones musicales. Esta escuela funcionaba en el local de la Escuela San Martín, en la calle de ese nombre y Corrientes, y en ella ejercían los profesores Ofelia Carman y Lita Spena en piano, Ángel Martucci en flauta, Ramón Vilaclara en violoncelo y yo tenía a mi cargo el coro de niños.
Considerando la actividad coral como una manifestación cultural de trascendencia, ya sea desde el punto de vista exclusivamente artístico como desde su gravitación en la enseñanza, y estimulado por mi trabajo en la mencionada escuela, publiqué varias obras relativas al tema, entre ellas el libro Educación Musical del Oído y los 3 volúmenes de Obras Corales destinados a la enseñanza en las escuelas primarias y secundarias.
En 1960 fui becario del gobierno del Brasil. Durante medio año residí en ese maravilloso país y recorrí buena parte de sus coloridas tierras. Estuve en lugares de historia viva como bellas ciudades de Minas Gerais y llegué a la recién inaugurada Brasilia, deslumbrándome con la muy bien llamada ciudad del año 2000. estudié y conocí a fondo los planes de estudio musical en la enseñanza primaria, secundaria y universitaria, con su Escola Nacional de Música, de ejemplar organización y el Conservatorio de Canto Orfeónico, creación de Villa - Lobos para la formación de profesores que tendrían a su cargo la enseñanza en las escuelas. En ese hermoso edificio situado en el barrio de Urca, flotaba la sombra del maestro, muerto el año anterior, con su gran preocupación por la actividad coral como medio de educación y socialización del pueblo brasileño. Lamentablemente el tiempo ha transcurrido y los conceptos han ido sufriendo modificaciones. El Conservatorio ya no existe y la obra pedagógica de Villa - Lobos ha perdido vigencia, convirtiéndose la música en materia optativa en las escuelas.
También me conecté con los compositores más importantes del país hermano, conociendo a fondo sus obras, y pronuncié siete conferencias que ilustramos musicalmente con mi esposa, exponiendo un amplio panorama de la canción de cámara argentina.
Ángel E. Lasala y Zulema Castello de Lasala
El colorido, la vida, la música, la topografía, el clima, las leyendas, el folklore, la naturaleza toda y el espíritu del pueblo brasileño con sus alegrías y sus dramas, me impresionaron profundamente.
Al regresar del Brasil compuse dos obras que distingo especialmente en mi producción: el Cuarteto N° 3 (Homenaje a Alberto Williams), Premio Asociación Wagneriana, y el ya mencionado Concierto para dos guitarras y orquesta, dedicado a dos grandes amigos, Graciela Pomponio y Jorge Martínez Zárate, que lo estrenaron con la Orquesta de Radio Nacional y ejecutaron luego en París con la Orquesta Lamoureux.
Ángel E. Lasala, Graciela Pomponio y Jorge Martínez Zárate
A 1964 pertenecen los Movimientos orquestales para piano y orquesta, estrenados por la pianista Perla Brúgola con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Buenos Aires, y ya en el final de la década del 60 compongo los Preludios Brasileños. Luego de largo tiempo transcurrido sin escribir una nota para el piano, surgió esta serie, en la que traté de expresar sintéticamente un panorama sonoro de ese deslumbrante coloso que es el Brasil.
En los años 70 escribí los cinco Preludios nacionales ("Payadoresco", "Bagualero", "Quebradeño", "Romancero" y "Danzante"), la Sonatina de las rondas y una de mis favoritas: la cantata San Martín de Porres, sobre un hermoso texto del Padre Domingo Renaudière de Paulis inspirado en la vida del moreno santo limeño. Este texto me impresionó de tal manera que la obra fue compuesta en tan sólo una semana.
También el poema sinfónico Quebrada, encargo de la Asociación Argentina de Compositores, obra que responde al esquema AAC (iniciales de la Asociación).
Mi tarea como director del Conservatorio Municipal Manuel de Falla retaceó en gran parte mi tiempo y mi energía para la creación. Tomé ese cargo con todo mi empeño puesto en lograr un instituto de formación de profesores, y tengo la satisfacción de haber visto egresar a muchos alumnos que hoy demuestran con su labor, la solidez del trabajo realizado. Puse en mi tarea todas mis energías y mi honestidad, y aunque en algún momento haya tenido que soportar la injusticia de algún funcionario, hoy cosecho el afecto y el recuerdo grato de quienes fueron alumnos y profesores durante mi gestión.
Dora Castro, Ángel E. Lasala, Noelí Burghin (vicedirectora de Enseñanza Artística), Juan Francisco Giacobbe, Isaac Trajtenberg (vicedirector de Conservatorio) y María Esther Moro de Carfi (regente del mismo), en ocasión de la entrega de diplomas a los alumnos egresados del Conservatorio Municipal de Música "Manuel de Falla" (1979).
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En ese período compuse Escenas del Buenos Aires Colonial, para recitante, barítono, voces, flauta, oboe, guitarra, violoncelo, triángulo, cascabeles, caja de madera, pandero, güiro, platillo, clave o piano y cinta magnetofónica, y la Cantata Santa María de los Buenos Aires, encargo de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad con motivo del cuarto centenario de la fundación de la ciudad, estrenada por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón en 1982.
Las suites instrumentales Estampas, Siglos y Coloquios, 10 Corales Infantiles, la Suite barroca para violín, viola y cello, obras para cuarteto de guitarras y la Cantata San Roque González de Santa Cruz, sobre texto de Virginia Carreño, alusivo al santo de las misiones jesuíticas, han coronado mis ochenta años.
Para finalizar, desearía expresar algunas reflexiones sobre lo que significa para mí la música: creo que es un arte sublime que todos llevamos en nuestro interior, puesto que el ser más simple, desprovisto totalmente de preparación, es capaz de recordar un tema y exteriorizarlo con un canto o un silbido. El ser humano nace con la música y ésta se va desarrollando en él de acuerdo a su entorno o su adquisición de conocimientos. La música ayuda a superar problemas psicológicos y hasta sociales. En principio, las agrupaciones corales representan la comunión de muchos seres humanos a través de un acorde, una frase, un sonido, por eso considero que debe intensificarse la labor de quienes tienen en sus manos la orientación de alumnos para integrarse a la participación y a la dirección de coros, de modo que éstos a su vez promuevan el canto coral en grupos, ya sea como objetivos culturales, religiosos o simplemente por placer, tratando siempre de cultivar, además del repertorio clásico y universal, las obras de los compositores argentinos. Este es otro tema de importancia, pues es evidente la falta de difusión de nuestra producción musical. Faltan ediciones, grabaciones, y también en gran parte el entusiasmo de profesores e intérpretes por conocer y hacer conocer las obras, tanto de nuestros clásicos como de los compositores noveles. Es de esperar que con el tiempo esto cambie y la música argentina se integre definitivamente en el panorama universal.
Consejos a los jóvenes compositores
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El arte nacional, en todas sus manifestaciones, tiene asignado un espacio universal. Medita cómo llegar a esa universalidad con tu mensaje.
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Que tu creación sea una obra de arte, no solamente concebida con la mente, sino también con el corazón.
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Trata de que tu obra sea el reflejo de una identidad definida. Así serás original y podrás llegar a formar parte de lo universal.
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No ignores el suelo donde has nacido. Él te brindará los elementos que necesitas para tu creación.
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Trabaja con honestidad, sinceridad y humildad en tu realización artística.
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Estudia y profundiza las obras de los grandes creadores; luego medita serenamente, evitando copiar. Ahí estará tu mérito.
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Trata de formar en las filas de aquellos que pusieron su ideal en forjar un arte con identidad nacional. La patria te acogerá en su mano como un hijo dilecto, y trascenderás al universo.
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Medita siempre por qué deseas componer y para quienes destinas tu mensaje. Este análisis previo te ayudará a superar dudas.
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No des por terminada de primera intención la obra escrita. Revísala con prolijidad. Rara vez podrás evitar algún retoque.
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No acumules opus. No persigas cantidad, sino calidad.
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No pierdas nunca el sentido de la autocrítica. Si eres un creador tienes una misión sagrada que cumplir: no desvirtuar la esencia del arte.
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No te prodigues demasiado. La síntesis será siempre tu mejor aliada.
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