Escuchar el silencio
por Ana Lucía Frega
La Nación, Lunes 5 de mayo de 1980, Educación musical
La sabia naturaleza -o quien la organizara con tan clara sabiduría- presenta diversidad de facetas en sus múltiples elementos constitutivos.
Todos ellos llegan al ser humano a través o por medio de diversos sentidos con que ha sido, a su vez, dotado.
El sentido del oído tiene una función muy particular, además de encontrarse peculiarmente expuesto. Casi podría decirse que, auditivamente hablando, el ser humano se encuentra indefenso ante los estímulos sonoros del entorno.
Si de la visión se trata, pueden cerrarse los párpados... y poner una barrera con el objeto que nos molesta, o la luz que lastima. La naturaleza ha previsto y provisto esta protección.
En materia de tacto, podemos no tocar aquello que nos rechaza. O rehusarnos a saborear el gusto desagradable.
En materia de audición, la cosa se complica. Porque el ser humano no puede pasearse por el mundo con tapones en los oídos. Porque hay muchas señales que le son necesarias para su subsistencia. Informaciones del entorno que lo orientan. Palabras que le comunican mensajes.
Tampoco puede recurrir al infantil recurso de taparse las orejas con las manos. Es un gesto que, simpático en un niño, puede resultar ridículo en un adulto. Y, sin embargo, ¡cuántas veces es éste el gesto que surgiría espontáneamente! Ante el sonar descabellado e insolente de una bocina tocada con intensidad y reiteradamente. Ante la música que escucha el vecino a excesivo volumen o a horas impropias. Ante los ruidos agotadores de máquinas y artefactos instalados sin satisfacer las mínimas condiciones de aislación acústica. Ante gritos destemplados o sonar de instrumentos en horas de descanso.
Si el ojo es sometido al esfuerzo de mirar, concentrando la atención durante demasiado tiempo, se irrita, lagrimea. Pide auxilio.
El aparato auditivo, aparentemente, no acusa el impacto de tanto estímulo. Sin embargo, hay incremento de sorderas prematuras. Y el stress o la tensión, originados, en parte, por ese exceso de estímulo auditivo.
La naturaleza, en la sabiduría de sus matices, incluye el sonido. También el silencio.
Unas de las metas fundamentales de la educación musical que se imparte en nuestras escuelas debe ser valorizar el silencio. Como momento de encuentro en la interioridad de cada uno con su propio ser.
En el goce de la paz y el sosiego que ese silencio significan.
En la comprensión, por el descubrimiento, de que hay pequeñas circunstancias, pequeños hechos que sólo aparecen cuando ese marco se da.
Para escuchar el silencio debemos ser capaces de encontrarlo. La escuela puede ayudar a ello.
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