¿Prohibir la música?
por Ana Lucía Frega
La Nación, Lunes 27 de agosto de 1979, Educación musical
Más de un educador musical, más de un padre de familia, más de un hombre de fe, han debido de preguntarse últimamente el por qué de una decisión que -según parece- sería tomada en algún lugar de nuestro convulsionado y aparentemente incomprensible mundo contemporáneo.
¿Qué -si lo hay- es "peligroso" en el hacer musical?
La música es medio de expresión y comunicación, su material es el sonido y alturas, constituyendo un todo significativo.
Su fin es plasmar la belleza, o entretener, o justificar reuniones sociales. O llevar mensajes a Dios. Porque varias son- y han sido siempre- las funciones de la música, mejor dicho: las músicas.
Música es, sin duda, la oración que los muecines elevan varias veces por día, desde lo alto de sus hermosos minaretes. Como el canto gregoriano o la canción en las iglesias cristianas.
La música une, aproxima, crea lazos: hay comunidad.
La música conmueve, emociona, extasía: hay sensibilidad.
La música pide un acto de la inteligencia, para valorar y apreciar. Para aceptar o rechazar. Hay acción individual consciente.
La música es cultivada -en producción o en audición- como gesto de voluntad. Eso es libertad.
¿Son estos los peligros de la música? ¿Por ellos debería ser prohibida?
Todo educador, generalista o especializado, diría que estos son méritos, sus valores humanos, que son pedagógicos en la medida en que el sistema escolar de un país los incorpora a sus formulaciones de objetivos y construye una estructura enseñante para conservarlos y comunicarlos -creativamente- a las jóvenes generaciones.
Cuando los responsables de la conducción de una comunidad rechazan estas metas es dable a pensar, fundamentalmente, que el problema no está en la música "en sí", sino en las potencialidades del ser que ella pone en vigencia. |