Música Clásica Argentina
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Ópera

Felipe Boero

El Matrero (1925)

ópera en tres actos. Argumento

LibretoYamandú Rodríguez. 

Formación3(1).2(1).2.2 - 4.4.3.1 - timbal, percusión (3), celesta, arpa, 5 guitarras, tenor (Pedro Cruz, El Matrero), mezzo-soprano (Pontezuela), barítono (Don Liborio), tenor (Zampayo), barítono (Liberato), bajo (Zoilo), soprano (Pancita), coro mixto, cuerdas.

Dedicada: a sus padres Angel y Josefina Mas.

Edición: de la versión para canto y piano, Bs. As., Lottermoser, 1937; otra: Bs. As., Ricordi.

Materiales en Buenos Aires, Archivo del Teatro Colón.

Observacionessólo en el Teatro Colón se llegó a representar más de cincuenta veces.

Estreno: Buenos Aires, 12-07-1929, Teatro Colón. Director de Orquesta: Héctor Panizza. Escenografía: Rodolfo Franco. Coreografía: Angel Giménez.  

  Intérpretes:

Pedro Mirassou
Nena Juárez
Apollo Granforte 
Atilio Muzio
Fernando Traverso 
Ricardo Miguez 
Tina de Bary 
Josefina Cattaneo
Antonio Di Siervi 
Adeo Dellamelle 
Humberto Lambertucci 
Mateo Tomas 
Carlos Rattaro 
Carlos Pederzani 
Ricardo Domínguez

Pedro Cruz
Pontezuela
Don Liborio
Zampayo
Liberato
Zoilo
Pancita
Jacinta
Pirincho
Aguara
Braulio
León
Rudecinco
Margarito
El arriero

 

Argumento

Acto I

Cae la tarde. El pago está de fiesta: guitarras, cantos y taba. Reina alegría. Sin embargo, una inquietud inusitada e insistente ronda la fiesta y anuda las conversaciones: el Matrero. Su figura, que nadie ha visto aún, pasa evocada por todos los temores. Irrumpe Pontezuela, la hija de Don Liborio, seguida de los peones y de Zoilo, el capataz. Ella, a caballo, ha atropellado bravamente hacia un rubio sospechoso que ha quebrado el misterio de las sombras.

Los peones le reprochan su temeridad inútil. ¿Si fuera el Matrero?... Pontezuela se burla de todos los miedos: era tan sólo un nido de hornero caído en la noche. Don Liborio, cual patriarca, hace del hornero el símbolo del gaucho, laborioso y constructor, que lucha y triunfa del tordo haragán vagabundo, imagen del Matrero. Oyese afuera un preludio de guitarras; una voz enamorada viene a buscar a Pontezuela; es Pedro Cruz; se anuncia cantor y poeta, busca “manea, agua y sueño”, y la hospitalidad criolla lo recibe; pero el rudo temperamento de Pontezuela, rechaza las delicadezas de su amor romántico.

De pronto se produce general alarma. Zoilo cree haber reconocido en el caballo del cantor, al del Matrero. Todo el paisanaje, facón en mano, rodea al recién llegado; pero el viejo Don Liborio, para quien el huésped es sagrado, lo defiende, y mientras la gente se va, llevándose sus temores, el anciano se queda cargando en trabuco, en tanto que el cantor vuelca su alma enamorada en un preludio de guitarra.  

 Acto II

La siesta. Don Liborio, Pedro Cruz y Zampayo charlan. El poeta se burla de los temores del pago, en el que nadie vio el Matrero. Las versiones sobre su persona son contradictorias, y cuando Cruz dice que lo ha inventado el medio, Zoilo recoge la ofensa y con facón en mano detiene el impulso combativo del cantor; la actitud del huésped lo muestra cobarde y tímido. De lo más profundo de su coraje humillado saca palabras de amor para Pontezuela, quien lo rechaza con dureza. Cruz pide apoyo al viejo; Don Liborio le dice que su hija, símbolo del campo nuevo, no ha de unirse al poeta vagabundo, espera para ella un hombre nuevo, trabajador y tranquilo, que haya cambiado el facón por la mansera y la guitarra por la horquilla. Pedro Cruz promete hacerte a las faenas; bajo tal condición el viejo acepta. Llegan en ese momento los peones vecinos, hasta juntarse todo el pago, para buscar al Matrero oculto en el pajonal: lo traerán vivo o muerto. Salen todos menos Cruz, a quien Liborio promete conceder la doncella gaucha.


 
Acto III

Cae la tarde. El viento trae las voces del campo crepuscular en la hora del rodeo. Hablan padre e hija. El viejo le ofrece como compañero el cantor “aquerenciao”. Ella se rebela; no es mujer vulgar; ha luchado y trabajado como hombre y quiere ser la dueña de su elección. Llega Pedro Cruz y al anunciarle Don Liborio su fracaso, intenta la última convicción: anuncia el sacrificio de su lirismo y la madurez de su canto, ha cerrado la boca a su guitarra y ha uncido al arado su caballo andariego. Pero choca con la razón suprema: Pontezuela ama a otro. Y surge de pronto en palabras emocionadas, su último ensueño de mujer, su amor inconfeso, ¡el Matrero!...

Su alma femenina está prendada de la hazaña y del esfuerzo, del valor y del romance. Don Liborio, que oye su confesión, ordena a sus peones la muerte del perseguido, pero Cruz, que ha comprendido al fin, promete traer a Pontezuela su novio de ensueño.

Prenden fuego al pajonal, las llamas acorralan al prófugo, mientras la muerte lo busca y lo cerca, Pontezuela siente que más lo quiere cuanto más lo persiguen.

Entra Pedro, moribundo; Pontezuela comprende tambien... “¡Yo soy tu novio, el Matrero!”... exclama Cruz.

Así lo exige el símbolo: con él cae el gaucho, romancesco, quedando de piel al lado de su cadáver, Don Liborio, la triunfadora ley del trabajo, y Pontezuela, el ensueño dolorido que es gaucho y es mujer, quien parece acunarlo entre sus brazos...  

 
 

© Copyright 2001 Música Clásica Argentina (108657).
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Fecha de lanzamiento 1-02-2001
Responsable: Ana María Mondolo