La acción se desarrolla en un plaza de la ciudad de Tucumán.
Al amanecer se despierta la ciudad al toque de rebato de las campanas, que llevan la alarma al espíritu de los habitantes indefensos ante la amenaza del ejército realista que manda el general Tristán.
Pero el pueblo de Tucumán no se resigna a abandonar al General Belgrano por orden de la Junta, y se levanta para resistir a todo trance al ejército español.
La muchedumbre invade la plaza; las mujeres elevan fervorosos ruegos a la Virgen de las Mercedes.
Llega el coronel Aráoz, gobernador de la ciudad, y manifiesta al pueblo que el general Belgrano, desobedeciendo las órdenes de Buenos Aires, saldrá al encuentro del ejército español.
El pueblo, tranquilizado por las palabras del gobernador, se retira vitoreando clamorosamente a las huestes de la patria.
Fernando, joven criollo, lleno de fervor patriótico de los nativos, va a ofrecer su vida y su esfuerzo en pro de la libertad.
Antes de incorporarse al ejército patriota desea despedirse de su amada Mariana, hija del viejo hidalgo español Don Alfonso de Castro. Llega a la plaza y se detiene ante la ventana de su prometida, la cual no tarda en aparecer.
Fernando, le expresa su resolución y la seguridad de volver, pues lleva como escudo su amor de la joven.
Extasiados en su cariñosa entrevista, no advierten la llegada de Don Alfonso, el cual increpa a Fernando, llamándolo cobarde, pues su lugar es en las trincheras y no en el umbral de su casa, y dirigiéndose a su hija le recuerda que lleva sangre castellana y que su raza no debe unirse con los rebeldes al Rey y a su origen.
La victoria ha coronado los sacrificios y esfuerzos del ejército libertador; el pueblo celebra el triunfo con entusiasmo llevando en andas la imagen de la Virgen de las Mercedes, a quien el general Belgrano ofrendará su gloriosa espada antes de la batalla. La procesión atraviesa la plaza, confundidos el pueblo con los vencedores. Entre los soldados, Fernando herido en la batalla, marcha penosamente sostenido por Mariana. Al pasar frente a la casa de su amada, vencido por la marcha y el dolor de sus heridas, cae y expira en los brazos de Mariana, que olvidando su raza, siguió al patriota en su cruzada libertadora. |