Zincali (1933)
poema dramático en tres actos y cinco duadros. Argumento
Libreto: Arturo Capdevila.
Formación: 2(1).2(1).2.2 - 4.3.3.1 - timbales, percusión (2), celesta, arpa, tenor (Zincalí), soprano (Jahivé), contralto (La Andorí, la golondrina), bajo (Rumascal), soprano (Malena), mezzo-soprano (Zemfira), barítono (Dorian), bajo (Cigomar), barítono (Klinsor), soprano (Emma), coro mixto, cuerdas.
Dedicatoria: a sus colegas.
Materiales en Buenos Aires, Archivo del Teatro Colón.
Estreno: Buenos Aires, 12-11-1954, Teatro Colón. Director de Orquesta : Juan Emilio Martini. Director de Coro: Tulio Boni. Régisseur: Mario Carlos Troisi. Escenografía: Mario Vanarelli. Vestuario: Alvaro Durañona. Coreografía: Michel Borowsky.
Intérpretes:
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Rafael Lagares
Matilde de Lupka
Haydée de Rosa
Sara Cesar
Zaira Negroni
Angel Mattiello
Horacio González Alisedo
Enzo Esposito
Cristi Bary
Víctor de Narké |
Zincalí
Jahivé
Malena
Andori, La Golondrina
Zemfira
El Duque Dorian
Rumaxal
Klinsor
Emma
Cigomar |
Argumento
Acto I
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La acción se desarrolla al atardecer, frente a las Santas María del Mar en la Camarga.
El hindú Rumaxal, el más viejo de los gitanos conversa con Zincalí, futuro rey de todas las tribus, mientras en la cripta de la iglesia los jefes de las mismas eligen su rey. Se oyen voces y cantos internos: el pueblo ya tiene rey pues Zincalí ha sido elegido.
Malena, joven gitana enamorada de Zincalí habla con Zemfira, madre de éste, quien le promete que la ofrecerá a su hijo por esposa. Malena, ofuscada por el recuerdo de la Andorí, una vieja borracha considerada bruja en la tribu, cree en su íntimo escuchar la voz de aquélla que le dice que no se casará y por lo tanto no reinará.
Salen los jefes y su séquito de la cripta y como continuación de la ceremonia, dan al rey las maldiciones rituales: Rumaxal le entrega la vara de fresno, símbolo del mando. Cuando Zemfira ofrece a su hijo a Malena por esposa, la Andorí que llega arrastrada por la turba gitana, se opone a ello y cuenta que se cambiaron amuletos ella y Zemfira, bajo promesa de unir a sus respectivos hijos en matrimonio.
Desgraciadamente su hija se había extraviado. Por fin, después de muchos años la Andorí la ha encontrado y aconseja a Zincalí que la conquiste para reina. Es hermosa y fue educada por los cristianos como una princesa. Será digna de él. Todos los presentes celebran la noticia. Enfurecida Malena hiere de una puñalada a la Golondrina.
Zincalí, a pesar del amor que le confiesa Malena la rechaza, diciendo que se casará con Jahivé, la hija de la Andorí, la que presa de una crisis nerviosa estalla en alocadas carcajadas. |
Acto II
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Cuadro Primero:
En la mansión señorial del Duque Dorian - padre adoptivo de Jahivé, la gitana perdida de niña - asistimos a una fiesta gitana en honor del famoso Zincalí. Este era el artista Bohemio del violín “que ríe y llora”. En los jardines cantan y danzan. Entra Jahivé, feliz con su traje de gitana y por el éxito obtenido con sus bailes. La acompaña su amiga Emma, que escucha con afectuosa admiración lo que aquélla le dice. Un grupo de invitados felicita a Jahivé por sus danzas, entre ellos su prometido Klinsor y Cigomar. Llega Zincalí y dice que fue él quien obsequió a Jahivé con aquel hermoso traje de gitana. Zincalí con toda intención cuenta luego la historia de una niña gitana raptada hace años y que hoy debe reinar sobre sus tribus. Dorian reacciona por temor de perder a su hija adoptiva, a la que tanto quiere, pero trata de ocultar la verdad a los invitados. Se establece un duelo de silenciosas amenazas entre Zincalí y el Duque. Cuando el rey de los gitanos se aleja, Jahivé exclama: “¡quién fuera la Jahivé de aquella historia!”.
Cuadro Segundo:
Es de noche. Todos duermen y la Andorí vuelve en busca de Jahivé, que ha escuchado una serenata dada bajo su ventana por Zincalí. Ella es feliz y se dice enamorada. La Andorí, quiere leerle el destino en su mano, pero al primer signo que descubre la rechaza con terror negándose a decirle la terrible verdad. Sale la Andorí entristecida y entra Zincalí, quien pide a Jahivé que sea la reina de los gitanos y le explica su verdadero origen. Ella luchando en un mar de dudas se niega, pero escucha el pedido de Zincalí que le dice: “te espero en la barraca gitana”, mientras le roba su primer beso. Jahivé extasiada permanece llena de sueños e ilusiones.
Cuadro Tercero:
En la barraca gitana perdida entre montañas
Zincalí y Jahivé hablan de amor: están prontos los caballos que los llevarán al barco que los transportará a las Santas Marías del Mar donde todas las tribus esperan la llegada de su reina. Entra la Andorí ebria y con orgullo confiesa haberle dado a su hija Jahivé un bebedizo para que ceda a las prestaciones amorosas de Zincalí. Este, furioso al descubrir que todo ha sido obra de filtros, la obliga a que haga reaccionar a su hija de ese falso estado. Horrorizada quiere negarse la Andorí, pues sabe que la muerte llegará para Jahivé, pero ante las amenazas de Zincalí, prepara un nuevo elixir, que hace tomar a la joven. El regreso a la normalidad de ésta es terrible. Llega la temida muerte: Zincalí se desespera. La Andorí enloquece de dolor, mientras sombras misteriosas se mueven en la noche. |
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Acto III
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Al amanecer, frente al atrio de las Santas Marías del Mar.
Los gitanos esperan a Zincalí cantando y bailando alegremente. Este llega deshecho y declara que Jahivé ha muerto asesinada. Cuando Zincalí devuelve la vara de fresno porque ya no quiere reinar, su madre Zemfira le ofrece como esposa a la bella Malena, pero ésta, ofendida en su amor propio y llena de encono, por los desprecios recibidos, declara que ya no le quiere y públicamente lo repudia maldiciéndolo a él y a toda su raza.
La Andorí, privada de razón, llega gritando que en la iglesia se ve un fantasma. Zincalí y los gitanos exclaman: “¡Milagro! ¡Milagro!” y la aparición que ven, según ellos es Sara, la sierva gitana, que llegó con las tres Marías a las cosas de la Camarga y cuyas cenizas veneran ellos allí. La Andorí ve en la aparición a su hija Jahivé y Zincalí, embelesado, también cree en la resurrección de su amada y acepta de nuevo la vara de fresno, mientras la caravana emprende nuevamente su eterno errar, exclamando “¡Milagro! ¡Milagro!”. |
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